Afortunadamente los niños no pierden fácilmente el ánimo ni las ganas de reír y jugar. Ni el drama del terremoto del pasado 25 de abril, ni las estrecheces, ni la incomodidad de su actual vida, precariamente realojados en lugares inapropiados, parecen haber menoscabado su alegre vitalidad.
Ayer domingo visitamos exteriormente el ruinoso edificio de Bal Mandir Naxar en Kathmandu (NEPAL). (El terremoto ha casuado daños tan graves que no es posible su reconstrucción). Yo no pude evitar sentirme triste al contemplar las paredes agrietadas del orfanato con nuestras coloristas pinturas murales deterioradas por los temblores sísmicos, pero también por la humedad, y por una vegetación agresiva que parece haber cobrado fuerza con las violentas sacudidas de la tierra y ahora pugna por invadirlo todo y hacerse dueña de ese viejo palacio que fue el hogar de muchos huérfanos. Cada rincón evocaba en mi memoria recuerdos entrañables, momentos vividos allí, no todos felices, pero sí cargados de intensidad emotiva. Han sido nueve años consecutivos trabajando, durante las vacaciones de Dashain, en ese lugar que siempre nos pareció sucio, desordenado y mal gobernado, pero a la vez impregnado de la alegre vitalidad de los niños que allí crecían, ciertamente desatendidos, pero gozando de una libertad en muchos sentidos envidiable y con infinitas posibilidades para el juego.
Video de Carlos Buenaposada.
En el terreno que antes ocupaba la huerta, en las proximidades de la cocina y el comedor, se está construyendo una casa con fondos de la ONG española Ruta 6, que servirá para alojar a los bebés. Cuando esté terminada posiblemente será necesario construir dos casas más como esa en los mismos terrenos. Actualmente hay unos 75 huérfanos de Bal Mandir viviendo en Siphal, el hospicio que la NCO ha utilizado hasta ahora para albergar a los hijos de los presos, más unos 63 bebés y niños pequeños alojados temporalmente en un garaje y en unas oficinas que pertenecen a la NCO.
Después de explorar las inmediaciones de Bal Mandir y examinar las obras de la nueva casa, nos dirigimos al lugar en el que han reubicado a los más pequeños, muy cerca del antiguo edificio. Las cuidadoras y los propios niños nos recibieron con mucha alegría, pero nosotros nos sentimos tristes de verles viviendo en tan malas condiciones. Nos sorprendió un chaparrón que nos obligó a permanecer un buen rato con los niños, resguardados bajo el techo de un pequeño templete.
Conocimos entonces a varios nuevos huérfanos, ingresados en el orfanato tras el terremoto. Tal vez sea porque estos recién llegados todavía no nos conocen, y no tienen con nosotros la complicidad que ya tienen los demás, o quizás se deba a que al imaginar el drama que han vivido recientemente no puedo evitar pensar en el dolor que aún les debe acompañar por la pérdida repentina de sus familiares, pero lo cierto es que en ellos descubrí una expresión diferente, muy alejada de esa alegría alocada e inconsciente que alborota a los demás cada vez que nos ven llegar.
TEXTO: JOSÉ LUIS GUTIERREZ
FUENTE: ZIG ZAG DIGITAL
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