El libro de visitas del orfanato Lighthouse tiene una casilla para el nombre, otra para la nacionalidad y una en la que no se pregunta si se quiere donar algo, sino cuánto.
«Contribución...», se puede leer en el formulario que se presenta a los turistas que visitan el hospicio, situado en las afueras de la capital camboyana de Phnom Penh. Mientras recorre las instalaciones, la directora describe de qué país vinieron los fondos para los dormitorios, los columpios o el comedor. «No recibimos ayuda del Gobierno», asegura señalando una despensa llena de sacos de arroz. «Y cada niño consume uno de esos sacos en apenas un mes».
El orfanato, que acoge a más de un centenar de niños, puede visitarse sin cita previa. Sus puertas están abiertas a todas horas, para todo el mundo. El acceso a los dormitorios no está controlado, a pesar de que Camboya es uno de los principales destinos de pederastas del mundo. Cualquiera puede trabajar como voluntario. No se pide experiencia para ser profesor o cuidar de los menores. La única condición, para cooperantes o turistas, es aportar un dinero que los dueños gestionan sin supervisión.
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Imagen de la campaña " Children are not tourist attractions" de la organización ChildSafe |
El centro acumula quejas de personas que enviaron donaciones sin recibir respuesta, niños apadrinados de los que nada se sabe y denuncias de ex trabajadores que describen el lugar como un mero negocio. «Envié el dinero al poco de visitar el orfanato y me dijeron que se pondrían en contacto en breve», se lamenta Linda, una estadounidense que ha dado su aportación de 1.000 dólares por perdida tras comprobar a través de un foro de internet que hay otras personas en su misma situación.
«Hasta la fecha [un año después] no he vuelto a saber de ellos a pesar de que envié tres correos electrónicos preguntando cuándo empezarían las clases de los niños».
El número de orfanatos que operan en Camboya ha aumentado un 65% en la última década hasta los 269, más de medio millar si se suman los que no están registrados. Pero el número de niños camboyanos que necesitaban atención ha disminuido en ese tiempo, según las estadísticas del Ministerio de Asuntos Sociales y las ONG que operan en el país. Detrás de esa contradicción se esconde la emergencia de una industria que en los últimos años se ha extendido por África, Latinoamérica y el Sureste Asiático: orfanatos falsos -la mitad de los que operan en Camboya lo son- que generan grandes beneficios gracias a la solidaridad internacional.
Cientos de hospicios infantiles han sido creados en los últimos años en Vietnam, Tailandia o Camboya, donde siete de cada 10 niños enrolados mantienen al menos un progenitor con vida, según Unicef. La mayoría de los menores son sacados de su entorno familiar con la promesa de una educación o a cambio de pequeñas compensaciones económicas para sus padres, entrenados para actuar en espectáculos delante de los turistas y confinados durante años con el único propósito de atraer nuevas donaciones. «Toda una industria ha crecido en torno a la visita de miles de turistas», según los responsables de la campaña Los niños no son atracciones turísticas, organizada por la ONG Friends International con el apoyo de Unicef.
Camboya tiene los centenarios templos de Angkor, Vietnam los paisajes de la bahía de Ha Long y Tailandia playas paradisiacas, pero para un creciente número de turistas su viaje al sureste asiático no está completo sin la visita a un orfanato.
Una búsqueda rápida en el portal TripAdvisor.com genera cientos de comentarios sobre los «mejores» centros a visitar y agencias de viajes ofrecen experiencias «inolvidables» que van desde un tour de unas pocas horas a voluntariados de varias semanas. Los conductores de tuk-tuks y taxistas que merodean monumentos y templos se ofrecen a llevar a visitantes extranjeros, cobrando comisiones de orfanatos que multiplican así sus ingresos.
Lo primero que sorprende del
Hogar para Niños Desnutridos de Dong Da es la posibilidad de visitarlo sin cita previa ni supervisión, algo que no sucedería en un centro similar occidental. El hospicio acoge a 60 niños en un edificio de cuatro plantas situado en un suburbio de Hanói. Minh, de nueve años, asegura que sus padres viven a 10 minutos del orfanato y que fue enviado con la promesa de recibir una educación gratuita. Su formación incluye unas frases en inglés sobre las necesidades del centro. «Mucho frío en invierno», dice señalando el baño compartido donde se duchan los menores. La directora, Vuong Thi Thu Thuy, admite que una parte importante de los niños no son huérfanos, pero asegura que la separación de su entorno es necesaria por la situación económica de sus familias.
«Están mejor aquí», asegura.
Provocar compasión
La falta de control hace que en lugares como Vietnam o Camboya sea difícil distinguir los centros que realmente aportan una ayuda de los que simplemente se han convertido en escaparates para turistas. Uno de los problemas detectados en el informe de Friends International es que muchos mantienen condiciones deficientes para provocar compasión en los visitantes y obtener donaciones más generosas. Un orfanato con todas las necesidades cubiertas genera menos ingresos.
La Policía camboyana rescató en marzo del año pasado a 21 niños que se encontraban en el orfanato Love Action de Phnom Penh, creado por la cooperante australiana Ruth Golder. El hospicio llevaba años operando sin estar registrado y recibía decenas de miles de euros al año de particulares, pero los menores se encontraban desnutridos, estaban desatendidos y sufrían constantes abusos, según una investigación de la organización humanitaria SISHA.
Casos similares se están repitiendo en decenas de países en vías de desarrollo. Graves irregularidades han sido detectadas en hospicios creados en Haití tras el terremoto de 2010, el Gobierno de Etiopía se vio obligado a cerrar medio centenar de centros el año pasado y sólo un 10% de los huérfanos de la paradisiaca isla de Bali lo son realmente, según las autoridades locales.
La irrupción de la industria de los falsos orfanatos ha llevado a un grupo de cooperantes anónimos a crear la organización Orphanages.no, desde la que denuncian que los hospicios se han convertido en
«el problema, no la solución» para la infancia de países pobres. Los miembros de la asociación, todos ellos con años de experiencia en ayuda humanitaria en Camboya, aseguran que las buenas intenciones de miles de visitantes están dañando el futuro de los menores a los que desean ayudar, generando grandes beneficios para redes criminales.
«Pocos turistas o voluntarios están cualificados para interactuar con niños traumatizados o vulnerables», aseguran desde Orphanages.no, que ha lanzado una campaña contra la propagación del voluntariado no profesional.
El reclutamiento
Crónica se presentó en el orfanato Lighthouse de Phnom Penh preguntando si sería posible quedarse a trabajar unos meses. La respuesta fue positiva, a pesar de haber admitido una total falta de experiencia o preparación para cualquier puesto. A cambio se pidió una donación de 18 euros al día por manutención y la captación de fondos en España.
«Puede quedarse el tiempo que haga falta y dar clases como profesor», indicó la dirección de la institución.
«¿Profesor de qué?», inquirimos.
«De inglés o lo que sea».
El reclutamiento de cooperantes se ha convertido en un gran negocio para decenas de agencias que ofrecen en internet puestos de voluntariado a miles de jóvenes de todo el mundo. La falta de verificación de los perfiles ha permitido que en los últimos años decenas de pederastas hayan sido puestos a cargo de niños en lugares como Camboya. El ciudadano estadounidense Daniel Johnson fue detenido el año pasado tras haber violado a cinco menores en el orfanato Home of Hope (Hogar de la Esperanza), donde había trabajado como asistente social.
«No se realiza ningún tipo de comprobación», según la organización Friends International.
«Cualquiera puede ser contratado».
Algunos orfanatos son creados con el único objetivo de lograr beneficios en el lucrativo servicio de las adopciones internacionales. Países de la Unión Europea y Estados Unidos han vetado durante años las adopciones en Vietnam y Camboya, donde el tráfico infantil y la compra-venta de bebés son endémicos. Decenas de parejas españolas pagaron hasta 8.000 euros por acelerar los trámites en Vietnam hasta la moratoria impuesta en 2010, hoy levantada parcialmente.
Los pagos fueron reconocidos ese mismo año por Interadop, una Entidad Colaboradora en Adopción Internacional (ECAIS), como medio para
«engrasar la maquinaria». El dinero servía en realidad para alimentar una red de corrupción que hizo que el número de bebés en los orfanatos aumentara en algunos casos hasta un 2.000%, según la embajada estadounidense en Hanói. Los padres fueron presionados para ceder a sus hijos. Funcionarios falsificaron certificados de nacimiento. Y, en los casos más graves, familias pobres de zonas tribales del norte fueron engañadas: se les robó a sus hijos con la excusa de que debían ser vacunados y después fueron entregados a parejas occidentales.
«El dinero extra se destina a comprar a funcionarios, pagar a intermediarios y financiar a orfanatos que adquieren los bebés de las redes de tráfico de personas», dice el director de un centro de Hanói con 30 años en el sector.
El número de orfanatos creados en Camboya con la única intención de participar en el negocio de las adopciones aumentó después de que Angelina Jolie adoptara a su hijo Maddox en el país asiático en 2002. El caso de la actriz fue gestionada por Lauryn Galindo, una ex bailarina hawaiana que terminó en la cárcel acusada de dirigir una organización dedicada a las adopciones ilegales. Poco después de su detención, varios de sus colaboradores, incluido dos hombres que habían trabajado para ella como chóferes, abrieron sus propios orfanatos. Parejas occidentales pagaban hasta 20.000 euros por acortar un proceso que se reducía a unos pocos meses, en lugar de los dos o tres años que suponía seguir el procedimiento ordinario. Madres a las que se les robó a sus hijos han reclamado desde entonces sin éxito, en ocasiones manifestándose frente a los orfanatos donde fueron confinados sus bebés. Muchos terminaron en Estados Unidos, Europa o Australia.
Sobornos a la policía
Las investigaciones policiales y las moratorias han obligado a los orfanatos a compensar el descenso en el número de adopciones, centrándose en la promoción de visitas de turistas, los pagos que reciben de voluntarios que quieren trabajar en sus centros y las donaciones de países occidentales. Sus responsables evitan inspecciones pagando a la policía: registrar un hospicio que incumple todas las condiciones es posible en Camboya por algo menos de 1.000 euros en sobornos.
Mary W., una universitaria estadounidense que trabajó en el orfanato Lighthouse, asegura haber pasado dos meses como asistenta social. Tras pagar cerca de 20 euros diarios, y donaciones adicionales para reparaciones y mejoras, decidió abandonar preocupada por una política que había convertido el lugar en un «destino turístico» donde el beneficio económico estaba por encima del bienestar de los niños.
«La intención no era cuidarlos, sino que produjeran dinero dando pena a los visitantes, como si estuvieran en un zoo», asegura Mary.
Los cooperantes creen que el mayor daño causado por los estafadores, aparte de a los niños, se ha hecho a los refugios que operan dentro de la legalidad y realizan un trabajo todavía necesario. Tras años de guerra y el genocidio de Pol Pot, que costó la vida a una cuarta parte de la población camboyana entre 1975 y 1979, uno de cada cinco de habitantes del país vive con menos de un euro al día. Los últimos años de desarrollo económico han logrado mejorar las condiciones de las poblaciones urbanas, sobre todo de la elite, pero cientos de niños siguen siendo abandonados cada año o viven solos en las calles.
Unicef y ONG que llevan años trabajando legítimamente en el país aseguran que la solución no es dejar de donar, sino asegurase de que se hace a organizaciones que operan con garantías y evitando el turismo solidario.
«Sólo lleva a una mayor marginalización e incluso a abusos», recuerda Sebastien Marot, fundador de Friends International.
«Los niños no son atracciones turísticas».